Hemos iniciado queridos lectores el Tiempo Ordinario, y lo iniciamos con este esplendido relato joánico de la llamada de los primeros discípulos. Es una obra narrativa de singulares aspectos y que por el espacio que tenemos no podemos navegar plenamente en él. Me detengo para consideración de todos, en la pregunta de Jesús: “¿Qué buscan?”, es como si nos retratara a todos, ya que todos estamos en una búsqueda sin final. Es siempre nuestra decisiva e imperante necesidad el “buscar” que tiene siempre un “encontrar” (“¿A quién busco?… ¡Hemos encontrado al Mesías!”). Y el “seguir” tiene un “permanecer” (“se detuvieron”), un término querido por Juan que lo usa para indicar una comunión viva e intensa con Cristo. Fijémonos como del término hebreo de honor referido a Jesús “rabí” que significa literalmente “mi grande”, por tanto “mi señor”, se pasa a confesar que Jesús es el Cristo-Mesías. Encontrarlo suscita el deseo y la armonía interior que demanda querer permanecer con Él. Encontrar hoy en día a quien nos lleve a Jesús, Cristo-Mesías, como Andrés llevó a Simón su hermano, es una real vocación cristina; muchos nos quieren llevar a muchas partes, pocos nos quieren llevar a Jesús. Encontrar este guía que nos lleve al Señor es un don trascendental que debemos agradecer siempre. La mediación de hermanos y hermanas en nuestro caminar nos puede llevar a descubrir nuestra meta y misión en la vida, es decir nuestra vocación. Sugestiva es la representación de Juan Bautista en la Crucifixión de Grünewald: él tiene un enorme índice apuntando hacia la cruz de Jesús. Tal escena de la pintura, nos invita a que todos podemos tener ese índice de Juan que nos comprometa a mostrar a ese Cordero de Dios que ha venido a llamar y buscar lo que estaba perdido. Oremos hoy porque existan esas manos que nos lleven a la fe y esos dedos que nos señalen a Jesús, el único camino y vida verdadera. Sin fe no existe la verdadera vocación de discípulos ni muchos menos la vocación específica a la vida religiosa o sacerdotal, igual lo podemos decir para la vida matrimonial. La fe en el Señor Jesús es la raíz y sustento de toda vida espiritual comprometida en el corazón de la comunidad eclesial.