Lucas nos regala este domingo los detalles de la manera como Pedro deberá escuchar y atender la llamada de Jesús, que es la llamada de Dios. Hoy nos encontramos en el escenario maravilloso de la llamada de Simón Pedro, el cual se desarrolla en Betsaida (nombre que en arameo quiere decir: “casa del pescado”), ubicada a lo largo de las orillas del lago de Tiberiades o Genesaret. Los dos protagonistas principales Jesús y Simón Pedro, entran rápidamente a un sentimiento de intimidad, gracias a la propia Palabra de Jesús, que penetra en la vida de Pedro imponiéndose hasta llevarle al desafío y el riesgo de continuar en la esperanza de una pesca buena y mejor. En efecto, él echará las redes “confiado en la Palabra” de Jesús, lo que producirá el extraordinario e inédito resultado que cambiará su vida. Este acto del poder de Jesús, lo lleva a él y a sus compañeros a cumplir los dos grandes verbos del lenguaje vocacional “dejar” y “seguir”. De hecho es Lucas el único entre todos los evangelistas a subrayar ese final el final del relato, diciendo: “Dejaron todo y lo siguieron”. El desapego auténtico, la opción por la pobreza, la elección total por el Reino de Dios son requisitos indispensables en toda vocación, como respuesta a la llamada de Cristo. Al responder a la llamada, descubrirán cada uno de los discípulos, que hay un “dejar”, que es a la vez, es un “perder” algo, para ganar las promesas del Señor. Como en el texto de Isaías que está hoy de primera lectura (Is 6,1-2.3-8), Pedro deberá para abrazar la llamada, reconociendo su impureza y ser liberado de ella. Terminando todo en ese mismo Jesús, será Dios entre nosotros el que le cambiará no solo la vida, sino también la misión: “No temas; de ahora en adelante serás pescador de hombres”. En este domingo, para cada uno de nosotros resuena el llamado dirigido a Isaías y a Pedro, aunque de distintas maneras. El año jubilar que estamos viviendo es oportunidad propicia para pensar en qué hay que dejar para seguir con radicalidad la llamada de Jesús.
Para este 26 de enero, Domingo de la Palabra Dios propuesto por el Papa Francisco para el Tercer domingo del Tiempo Ordinario, podemos citar un breve texto de Ez 3,1: “Y me dijo: «Hijo de hombre, come lo que se te ofrece; come este rollo y ve luego a hablar a la casa de Israel”. El sentido de comer toda palabra contenida en la Sagrada Escritura, equivale a un proceso. Proceso en tres momentos delineados por tres verbos fundamentales que sostienen esta y toda proclamación de la Palabra. Ante todo hay que “leer” la Biblia, pero no de cualquier manera: en efecto, se habla de una lectura “a distintos tiempos”. Es necesaria, pues, una cierta programación, una didáctica, ojalá también una selección inicial, acompañada a su vez de una invocación al Espíritu Santo, quien ha sido el inspirador el texto sagrado. El segundo verbo es el de la “explicación del sentido”. Un antiguo aforismo afirmaba que “toda palabra de la Biblia tiene setenta rostros”. El maestro en la fe debe descubrir estos rostros, debe inspeccionar el texto en todos sus matices: el término técnico para indicar el estudio de la Biblia es “exégesis” que en griego significa “sacar afuera” todos los tesoros, toda la fuerza, toda la espiritualidad de la página bíblica para cada momento de la historia.
El tercer acto en la lectura de la Biblia lo da el verbo “comprender”: el original hebreo de nuestro texto usa aquí un término sapiencial que indica la comprensión sabrosa, intensa, alimentada por la inteligencia y el corazón, de allí la invitación a “comer”. En efecto, la Palabra de Dios no es una fría piedra preciosa sellada en un cofre, sino que es una realidad viva que debe empapar la existencia árida como la lluvia fecunda hasta el desierto (Is 55,10-11), como el dulce empapa el paladar (Sal 19,11). De este triple proceso que involucra el oído y el corazón brotan dos actitudes aparentemente antitéticas, pero en realidad complementarias. Por una parte, afloran a los ojos las lágrimas de la conversión: “Todo el pueblo lloraba mientras escuchaba las palabras de la ley” (Ne 8,8). Es el signo vivo del arrepentimiento, el corazón está invadido por el remordimiento, el pasado con su carga de pecados se presenta a la conciencia con su peso y luego se puede pasar al gozo del corazón.
Un cuarto elemento es la “celebración”. Otro gran guía de la nueva comunidad post-destierro, el gobernador Nehemías, señala que la última Palabra de Dios nunca es la del juicio y castigo, sino la de la promesa del perdón y salvación. Y entonces los labios deben abrirse a la sonrisa, las casas deben llenarse de cantos de alegría y de banquetes festivos. De la aflicción a la fiesta, del ayuno al banquete solemne con “carnes gordas y vinos dulces”, símbolo de aquél banquete mesiánico que en Sión marcará el fin de todo llanto y de la última muerte, como había profetizado Isaías (25,6-9).
Un jubileo que cada 25 años toca a la puerta y provoca a tomar en seria consideración la vida, ofrece la posibilidad de tener fija la mirada en la esperanza que lleva consigo el realismo evangélico. El Domingo de la Palabra de Dios permite una vez más a los cristianos reforzar la invitación tenaz de Jesús a escuchar y custodiar su Palabra para ofrecer al mundo un testimonio de esperanza que consienta ir más allá de las dificultades del momento presente.
En este domingo tanto la primera lectura de hoy como el santo Evangelio, presentan el silencio de una comunidad creyente dispuesta a escuchar la catequesis originada de la Palabra de Dios. Tres son los verbos fundamentales que sostiene esta y toda otra proclamación de la Palabra. El primer verbo es “leer” la Biblia, pero no de cualquier forma. El segundo verbo es el de la “explicación de sentido” terminando con el verbo “comprender”. El comprender tiene su carácter sapiencial, es decir, busca el sentido sabroso, intenso, de este alimento para la inteligencia y el corazón. Jesús en el relato de hoy cumple este proceso cuando de pie se puso a leer el texto sagrado. Pero pronuncia una sola frase que revela que todo lo profetizado por Isaías se ha vuelto realidad “hoy”, precisamente en Él, Jesús de Nazaret. Lucas haciendo esta narración suprema y solemne retrata al Mesías, que ya está hecho hombre entre los hombres, viniendo para cumplir la esperanza de los pobres, de los ciegos y los oprimidos, al liberarlos y salvarlos. ¿Qué nos dice este texto hoy a nosotros? Que Cristo entra también hoy a nuestros templos con su Palabra que es leída, explicada y comprendida. La salvación que trae requiere este proceso de asimilación que nace de la escucha, y que nos lleva, como nos ha narrado la primera lectura a dos actitudes: la primera de conversión (primera lectura): “Todo el pueblo lloraba mientras escuchaba las palabras de la ley”, signo de arrepentimiento, con un corazón adolorido por el pasado. Y, de gozo “vayan, coman carnes gordas y beban vinos dulces”. De la aflicción se pasa a la fiesta, del ayuno al banquete festivo y suculento. Todo porque el Señor ha cancelado la deuda de su pueblo y le ha enviado como moneda de rescate a su Único y Predilecto Hijo: Jesucristo. El “Hoy” del cumplimiento sigue vigente también para nosotros, que hoy estamos aquí escuchando su santísima Palabra, la que sale de su boca en este Año Santo Jubilar.
Al estar viviendo el Jubileo de este año 2025, hagamos como lo señala la liturgia ortodoxa para este día: “¡Corramos también nosotros al Jordan para ver cómo Juan Bautiza la cabeza inmaculada no hecha de mano de hombre!”. Fecha importante para el proprio Señor quien con esta acción realizada por Juan, inicia su ministerio público. Así hoy terminamos el tiempo de la Navidad, con la fiesta del Bautismo del Señor. El acontecimiento narrado por Lucas y por los otros evangelistas tiene en el centro “una visión” que los especialistas llaman “una visión interpretativa”. Ella explica el acontecimiento maravilloso y cargado de significado el bautismo del Mesías, oculto bajo el ropaje de un rito de purificación para los que esperaban su llegada. Dos elementos caracterizan este relato. El primero es el reconocimiento que los evangelistas hacen de una paloma, símbolo del Espíritu de Dios, que deberá posarse sobre el Mesías, como lo había anunciado Isaías: “Sobre Él es posará el Espíritu del Señor, Espíritu de sabiduría y de inteligencia, Espíritu de consejo y de fortaleza, Espíritu de conocimiento y de temor del Señor” (11,2). Este señalamiento nos hace comprender después de interpretar el hecho, de que en Cristo Jesús, se realiza la presencia perfecta de Dios que se revela al mundo, precisamente a través de la efusión de su Espíritu. Luego, el otro signo es la voz venida del cielo. ¿Qué podría decir el cielo mismo sobre Jesús-Mesías? Diría: “Tú eres mi Hijo, yo te he engendrado hoy”, citando el Salmo 2,7. Los hebreos en verdad sólo eran hijos adoptivos de Dios, éste el Hijo, entre todos los hijos, “El Predilecto”, el Unigénito Hijo del Eterno Padre. En Cristo, converge, no sólo la esperanza del Mesías-Rey, hijo de David, sino también la figura del Mesías-Siervo sufriente, ya que en los “Cánticos del Siervo”, que en la primera lectura de hoy, aparece uno de ellos se dice: “He aquí a mi siervo a quien sostengo, he aquí a mi elegido en quien me complazco”. Tenemos, pues, en la escena del bautismo de Jesús una auténtica catequesis sobre el misterio de Jesús: Mesías, rey, siervo sufriente, profeta y sobre todo Hijo de Dios.
Con la luz de la Navidad ya cercana se ilumina este último domingo de Adviento, las dos figuras fundamentales estrechamente relacionadas son: el Mesías y su Santísima Madre. Por un lado en la primera lectura de Miqueas resplandece la figura de “Belén”. Ésta, la ciudad de David, lugar del nacimiento anunciado para el Mesías y una embarazada que está a punto de dar a luz a un nuevo David, rey de paz y de alegría, fuente de una renovada armonía para la humanidad. Y, seguidamente el acento sobre Cristo y María su Madre, se ve hermosamente completado en el cántico de Isabel, recogido en el evangelio de este domingo. Isabel prima de Maria y madre de Juan Bautista la saluda diciéndole: “¡Bendita tu entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre!”. La primera parte del saludo es una bendición, un concepto que en la Biblia y en el Antiguo Oriente estaba ligado sobre todo a la fecundidad. Toda mujer de Israel veía la bendición sobre su propio cuerpo al quedar encinta. Así pues, si la bendición es signo de la presencia eficaz de Dios en una persona, en María esta presencia es grandemente significativa y plena, porque María es la bendita por excelencia. La segunda parte del saludo de Isabel refiere al Niño que María lleva: “Bendito el fruto de tu vientre”. María ha sido la favorecida para ser Madre del Mesías, la mujer que físicamente lo engendrará, pero se aumenta la dignidad de tal madre al haberlo aceptándolo en primer lugar en la fe. Ella antes de concebirlo en su vientre lo concibió en su corazón, llegando a ser bienaventurada porque “ha escuchado la Palabra de Dios y la puesto en práctica” (Lc 11,27-28). Él, el que ella lleva en su seno, es el Bendito por excelencia, por quien se han hecho todas las cosas, este Dios en María, la llena de hermosa belleza y la hace templo del Altísimo que la cubre son su sombra. Cómo María, “La Creyente”, acerquémonos al pesebre para contemplar al Dios que ha puesto su morada entre nosotros. Con esta santa Palabra de Dios preparémonos para acercarnos al pesebre de Belén.
Entramos con este domingo a la tercera semana de Adviento, todo apunta a preparar con madurez el camino ya cercano a la Navidad. Juan el precursor con su actitud nos presenta una imagen de Cristo con rasgos claros y firmes. Cristo es exigente y el precursor anticipa dichas exigencias del Mesías en tres compromisos morales que impone sin ablandamientos, a las tres categorías de personas que interrogan: la gente, los publicanos y los soldados. Todo se resume en dos palabras esenciales, “justicia y amor”. El Bautista combate la espera de un Mesías envuelta en un halo de luz tranquilizadora y somnífera, que adormece las conciencias y eleva el espíritu a las certezas selectivas y subjetivas de cada persona en particular. Para Juan, la presencia del Mesías traerá fuego a la tierra, que exterminará la indiferencia de los corazones. Su presencia exigirá compromiso, nada de fugas estratégicas, de actitudes indecisas y de supuestos de hipocresía. Nadie podrá estar con Él y con su adversario, que sea éste la riqueza, el abuso del poder o la vida placentera sin más. El que escucha la voz en el desierto de Juan, entiende que ya se puso la chispa de fuego que encenderá el bosque, el hacha que cortará el tallo, la hora de sacar frutos. Es este domingo el llamado de la alegría, porque Jesús, como Mesías ya cercano no dejará a nadie indiferente, sumergidos en la neutralidad y sin desestabilizarse. Produciendo así la alegría que da vida sincera y la entrega sin medida. No es una alegría sentimental la que hay que experimentar este domingo, se trata de una alegría por una “causa”: ¡Jesús ha llegado a nuestros corazones y por eso estamos alegres! Cumpliendo así en nosotros la profecía de Sofonías de la primera lectura: “El Señor te renovará con su amor, se alegrará por ti con gritos de júbilo, como en los días de fiesta” (3,14-18).