HOMILÍA DEL SANTO PADRE FRANCISCO DOMINGO DE LA PALABRA 2022

HOMILÍA DEL SANTO PADRE FRANCISCO DOMINGO DE LA PALABRA 2022

En la primera Lectura y en el Evangelio encontramos dos gestos paralelos: el sacerdote Esdras tomó el libro de la ley de Dios, lo abrió y lo proclamó delante de todo el pueblo; Jesús, en la sinagoga de Nazaret, abrió el volumen de la Sagrada Escritura y leyó un pasaje del profeta Isaías delante de todos. Son dos escenas que nos comunican una realidad fundamental: en el centro de la vida del pueblo santo de Dios y del camino de la fe no estamos nosotros, con nuestras palabras; en el centro está Dios con su Palabra.

Todo comenzó con la Palabra que Dios nos dirigió. En Cristo, su Palabra eterna, el Padre «nos eligió antes de la creación del mundo» (Ef 1,4). Con su Palabra creó el universo: «Él lo dijo y así sucedió» (Sal 33,9). Desde la antigüedad nos habló por medio de los profetas (cf. Hb 1,1); por último, en la plenitud del tiempo, nos envió su misma Palabra, el Hijo unigénito (cf. Ga 4,4). Por esto, al finalizar la lectura de Isaías, Jesús en el Evangelio anuncia algo inaudito: «Esta lectura se ha cumplido hoy» (Lc 4,21). Se ha cumplido; la Palabra de Dios ya no es una promesa, sino que se ha realizado. En Jesús se hizo carne. Por obra del Espíritu Santo habitó entre nosotros y quiere hacernos su morada, para colmar nuestras expectativas y sanar nuestras heridas.

Hermanas y hermanos, tengamos la mirada fija en Jesús, como la gente en la sinagoga de Nazaret (cf. v. 20), —lo miraban, era uno de ellos: ¿qué novedad? ¿qué hará éste, del que tanto se habla?— y acojamos su Palabra. Meditemos hoy dos aspectos de ella que están unidos entre sí: la Palabra revela a Dios y la Palabra nos lleva al hombre. Ella esta al centro, revela a Dios y nos lleva al hombre.

En primer lugar, la Palabra revela a Dios. Jesús, al comienzo de su misión, comentando ese pasaje específico del profeta Isaías, anuncia una opción concreta: ha venido para liberar a los pobres y oprimidos (cf. v. 18). De este modo, precisamente por medio de las Escrituras, nos revela el rostro de Dios como el de Aquel que se hace cargo de nuestra pobreza y le preocupa nuestro destino. No es un tirano que se encierra en el cielo, esa es una fea imagen de Dios, sino un Padre que sigue nuestros pasos. No es un frío observador indiferente e imperturbable, un Dios “matemático”. Es el Dios con nosotros, que se apasiona con nuestra vida y se identifica hasta llorar nuestras mismas lágrimas. No es un dios neutral e indiferente, sino el Espíritu amante del hombre, que nos defiende, nos aconseja, toma partido a nuestro favor, se involucra y se compromete con nuestro dolor. Siempre está presente allí. Esta es «la buena noticia» (v. 18) que Jesús proclama ante la mirada sorprendida de todos: Dios es cercano y quiere cuidar de mí, de ti, de todos. Y este es el modo de tratar de Dios: la cercanía. Él se define a sí mismo de esta manera; dice al pueblo, en Deuteronomio: «¿Cuál es la gran nación que tenga dioses tan cercanos como el Señor, nuestro Dios, cuando lo invocamos?» (cf. Dt 4,7). Él es un Dios cercano, compasivo y tierno, quiere aliviarte de las cargas que te aplastan, quiere caldear el frío de tus inviernos, quiere iluminar tus días oscuros, quiere sostener tus pasos inciertos. Y lo hace con su Palabra, con la que te habla para volver a encender la esperanza en medio de las cenizas de tus miedos, para hacer que vuelvas a encontrar la alegría en los laberintos de tus tristezas, para llenar de esperanza la amargura de tus soledades. Él te hace caminar, no dentro de un laberinto, más bien por el camino, para encontrarlo cada día.

Hermanos, hermanas, preguntémonos: ¿llevamos en el corazón esta imagen liberadora de Dios, del Dios cercano, compasivo y tierno o pensamos que sea un juez riguroso, un rígido aduanero de nuestra vida? ¿Nuestra fe genera esperanza y alegría o me pregunto si entre nosotros está todavía determinada por el miedo? ¿Qué rostro de Dios anunciamos en la Iglesia, el Salvador que libera y cura o el Dios Temible que aplasta bajo los sentimientos de culpa? Para convertirnos al Dios verdadero, Jesús nos indica de dónde debemos partir: de la Palabra. Ella, contándonos la historia del amor que Dios tiene por nosotros, nos libera de los miedos y de los conceptos erróneos sobre Él, que apagan la alegría de la fe. La Palabra derriba los falsos ídolos, desenmascara nuestras proyecciones, destruye las representaciones demasiado humanas de Dios y nos muestra su rostro verdadero, su misericordia. La Palabra de Dios nutre y renueva la fe, ¡volvamos a ponerla en el centro de la oración y de la vida espiritual! Al centro la Palabra que nos revela como es Dios y nos hace cercanos a Él.

Y ahora, el segundo aspecto: la Palabra nos lleva al hombre. Justamente cuando descubrimos que Dios es amor compasivo, vencemos la tentación de encerrarnos en una religiosidad sacra, que se reduce a un culto exterior, que no toca ni transforma la vida. Esta es idolatría, escondida y refinada, pero idolatría al fin. La Palabra nos impulsa a salir fuera de nosotros mismos para ponernos en camino al encuentro de los hermanos con la única fuerza humilde del amor liberador de Dios. En la sinagoga de Nazaret Jesús nos revela precisamente esto: Él es enviado para ir al encuentro de los pobres – que somos todos nosotros – y liberarlos. No vino a entregar una serie de normas o a oficiar alguna ceremonia religiosa, sino que descendió a las calles del mundo para encontrarse con la humanidad herida, para acariciar los rostros marcados por el sufrimiento, para sanar los corazones quebrantados, para liberarnos de las cadenas que nos aprisionan el alma. De este modo nos revela cuál es el culto que más agrada a Dios: hacernos cargo del prójimo. Volvamos sobre esto. En el momento en el que en la Iglesia están las tentaciones de la rigidez, que es una perversión, y se cree que encontrar a Dios es hacerse más rígido, con más normas, las cosas justas, las cosas claras… no es así. Cuando nosotros veremos propuestas rígidas, inmediatamente pensemos: esto es un ídolo, no es Dios, nuestro Dios no es así.

Hermanas y hermanos, la rigidez no nos cambia solo nos esconde, la Palabra de Dios nos cambia. Y lo hace penetrando en el alma como una espada (cf. Hb 4,12). Porque, si por una parte consuela, revelándonos el rostro de Dios, por otra parte provoca y sacude, mostrándonos nuestras contradicciones y poniéndonos en crisis. No nos deja tranquilos, si quien paga el precio de esta tranquilidad es un mundo desgarrado por la injusticia y el hambre, y quienes sufren las consecuencias son siempre los más débiles. Siempre pagan los más débiles. La Palabra pone en crisis esas justificaciones nuestras que siempre hacen depender aquello que no funciona del otro o de los otros. Cuánto dolor sentimos al ver morir en el mar a nuestros hermanos y hermanas porque no los dejan desembarcar. Y esto lo hacen algunos en nombre de Dios. La Palabra de Dios nos invita a salir al descubierto, a no escondernos detrás de la complejidad de los problemas, detrás del “no hay nada que hacer” o del “¿qué puedo hacer yo?” o del “es un problema de ellos o de él”. Nos exhorta a actuar, a unir el culto a Dios y el cuidado del hombre. Porque la Sagrada Escritura no nos ha sido dada para entretenernos, para mimarnos en una espiritualidad angélica, sino para salir al encuentro de los demás y acercarnos a sus heridas. Hablé de rigidez, de ese pelagianismo moderno, que es una de las tentaciones de la Iglesia. Y buscar una espiritualidad angélica, es la otra tentación de hoy: los movimientos espirituales gnósticos, el gnosticismo, que te ofrece una Palabra de Dios que te pone “en órbita” y no te deja tocar la realidad. La Palabra que se ha hecho carne (cf. Jn 1,14) quiere encarnarse en nosotros. No nos aleja de la vida, sino que nos introduce en la vida, en las situaciones de todos los días, en la escucha de los sufrimientos de los hermanos, del grito de los pobres, de la violencia y las injusticias que hieren la sociedad y el planeta, para no ser cristianos indiferentes sino laboriosos, cristianos creativos, cristianos proféticos.

«Esta lectura que acaban de oír – dice Jesús – se ha cumplido hoy» (Lc 4,21). La Palabra quiere encarnarse hoy, en el tiempo que vivimos, no en un futuro ideal. Una mística francesa del siglo pasado, que eligió vivir el Evangelio en las periferias, escribió que la Palabra del Señor no es «“letra muerta”, sino espíritu y vida. […] Las condiciones de la escucha que reclama de nosotros la Palabra del Señor son las de nuestro “hoy”: las circunstancias de nuestra vida cotidiana y las necesidades de nuestro prójimo» (M. Delbrêl, La alegría de creer, Sal Terrae, Santander 1997, 242-243).Entonces, preguntémonos: ¿queremos imitar a Jesús, ser ministros de liberación y de consolación para los demás poniendo en práctica la Palabra? ¿Somos una Iglesia dócil a la Palabra; una Iglesia con capacidad de escuchar a los demás, que se compromete a tender la mano para aliviar a los hermanos y las hermanas de aquello que los oprime, para desatar los nudos de los temores, liberar a los más frágiles de las prisiones de la pobreza, del cansancio interior y de la tristeza que apaga la vida? ¿Queremos esto?

En esta celebración, algunos de nuestros hermanos y hermanas son instituidos lectores y catequistas. Están llamados a la tarea importante de servir el Evangelio de Jesús, de anunciarlo para que su consuelo, su alegría y su liberación lleguen a todos. Esta es también la misión de cada uno de nosotros: ser anunciadores creíbles, ser profetas de la Palabra en el mundo. Por eso, apasionémonos por la Sagrada Escritura. Dejémonos escrutar interiormente por la Palabra de Dios, que revela la novedad de Dios y nos lleva a amar a los demás sin cansarse. ¡Volvamos a poner la Palabra de Dios en el centro de la pastoral y de la vida de la Iglesia! Así nos libraremos de todo pelagianismo rígido, de toda rigidez, y nos libraremos también de la ilusión de una espiritualidad que nos pone “en órbita” sin cuidar de nuestros hermanos y hermanas. Volvamos a poner la Palabra de Dios en el centro de la pastoral y de la vida de la Iglesia. Escuchémosla, recemos con ella, pongámosla en práctica.

ABP Arquidiocesis Invita Conferencia Mons. Santiago

ABP Arquidiocesis Invita Conferencia Mons. Santiago

La Animación Biblica de la Pastoral Invita a la Conferencia en el Marco del Domingo de la Palabra de Dios


Biografía

Santiago Silva Retamales es magíster en Teología dogmática por la Pontificia universidad Católica de Chile y licenciado en Sagrada Escritura por el Pontificio Instituto Bíblico de Roma. Durante varios años ha sido profesor titular de Sagrada Escritura en el Pontificio Seminario Mayor San Rafael, de la diócesis de Valparaíso, en la Pontificia Universidad Católica de Chile (sede de Santiago) y en la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso. Ha publicado muchos artículos y varios libros.
Fue fundador (2003) y obispo responsable hasta el año 2015 del Centro Bíblico Pastoral para América Latina» (CEBIPAL), dependiente del CELAM, hoy llamada Escuela Bíblica. Es el actual responsable de la traducción de la Sagrada Escritura llamada Biblia de la Iglesia en América o BIA, cuya edición completa se prepara para el año 2019. El Nuevo Testamento ya fue publicado en 2015 por la editorial PPC.
Fue secretario general del CELAM durante el cuatrienio 2011-2015. Actualmente es el obispo presidente del Departamento de Comunión Eclesial y Diálogo del CELAM para el período 2015-2019.
En su calidad de perito en materias bíblicas, participó en mayo de 2007 en la V Conferencia General del Episcopado de América Latina y El Caribe, en Aparecida (Brasil), y fue uno de los redactores del documento final.
Por parte de la Conferencia Episcopal de Chile participó en el Sínodo de los Obispos sobre «La Palabra de Dios en la vida y misión de la Iglesia» (Roma, octubre de 2008), instancia en la que fue nombrado vicepresidente de la Comisión Redactora del Mensaje Final del Sínodo. También participó en el Sínodo sobre la nueva evangelización, en 2012, y en el Sínodo extraordinario sobre la familia (octubre de 2014).
En la actualidad es el presidente de la Conferencia Episcopal de Chile y obispo encargado de la Comisión Nacional de Animación Bíblica de la Pastoral.
El Domingo de la Palabra de Dios

El Domingo de la Palabra de Dios

¡Bienaventurado el que escucha la Palabra de Dios! (cf Lc 11,28)

El texto que el Papa Francisco ha elegido para el Domingo de la Palabra de Dios es sumamente expresivo para la vida de la comunidad cristiana. El evangelista Lucas inserta estas palabras de Jesús como conclusión de un discurso en el que se puede ver de nuevo unidas la acción mesiánica de Jesús y su enseñanza. El capítulo se abre con la petición hecha por un
discípulo de que les enseñe a orar como el Bautista había hecho también con sus discípulos. Jesús entonces enseña
la más bella oración que todos los cristianos han utilizado siempre para reconocerse como hijos de un solo Padre.
El Padrenuestro no es solo la oración de los creyentes que afi rman tener una relación fi lial con Dios a través de Jesús, sino que constituye también la síntesis del renacimiento a una vida nueva en la que cumplir la voluntad del Padre, que es la fuente de la salvación. En una palabra, es la síntesis de todo el Evangelio.


Las palabras de Jesús invitan a quienes oran con esas expresiones a dejarse implicar en un «nosotros» indicativo de una comunidad: «Cuando oréis, decid» (Lc 11,2), y permiten percibir por parte de sus discípulos una fi rme voluntad de orar como expresión de toda su existencia. La oración, por tanto, no es cuestión de un momento, sino que implica toda la jornada de un discípulo del Señor. Requiere la alegría del encuentro y la perseverancia. Por eso el Señor continúa diciendo: «Pedid y se os dará, buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá» (Lc 11,9). Nada queda sin ser escuchado por el Padre cuando se pide en nombre del Hijo. La enseñanza de Jesús, en todo caso, es evidente en su acción y en su testimonio. En nuestro contexto, el evangelista incorpora un exorcismo. Un hombre que había quedado mudo, ahora recupera el habla ante el poder de Cristo.

Sin embargo, el asombro y el entusiasmo de la multitud no consiguen detener la insolencia de algunos que no interpelan a Jesús por su actividad taumatúrgica, sino por su origen: «Por arte de Belzebú, el príncipe de los demonios, echa los demonios» (Lc 11,15). Tentación despiadada y engañosa de quienes no pretenden acoger en su vida la fuente de la salvación a través del amor, sino que se empeñan en seguir ligados a la ley y a sus obras. La reacción de Jesús es una enseñanza más sobre su origen divino, pero al mismo tiempo es una invitación apremiante a cuantos creen en él a no dejarse vencer por la presencia del mal y por los servidores de la violencia, porque el Reino de Dios está claramente en medio de nosotros con sus frutos.

Todo este contexto lleva a una mujer allí presente a exclamar con convicción: «Bienaventurado el vientre que te llevó y los pechos que te criaron» (Lc 11,27). La respuesta de Jesús es inmediata. Aunque permite que alaben a su madre, invita a los creyentes a que dirijan la mirada más allá. A la proclamación de la bienaventuranza une la escucha de la Palabra de Dios con su puesta en práctica. Se abre ante nosotros un doble horizonte. Por una parte, la existencia cristiana se caracteriza por la escucha de la Palabra de Dios. Ella ofrece un sentido tan profundo que ayuda a comprender nuestra presencia en medio de los altibajos del mundo. Siempre será una dura lucha entre los que se adhieren a la Palabra y los que se oponen a ella. Endulzar esta condición puede dar a los cristianos un papel social más remunerado, pero los hará insignifi cantes, porque al final seguirán siendo «tontos» y estarán sometidos. Se volverán como la sal que pierde su sabor y serán pisoteados y rechazados incluso por aquellos a los que han esclavizado (cf Mt 5,13). Ilusión de la que debemos rehuir con convicción para no hacer vano el Evangelio de la salvación. Por otra parte, no basta solo escuchar la Palabra de Dios. Jesús añade un verbo decisivo que implica «conservar» esta palabra en uno mismo mediante su observancia. Es constitutivo del anuncio cristiano dar testimonio de ella. Custodiar la Palabra equivale a hacer que se convierta en una semilla que da fruto a su debido tiempo (cf Lc 8,15). Su efi cacia, sin embargo, no depende tanto del compromiso personal, sino de la fuerza que brota de esa
Palabra divina.


La Palabra de Dios, por tanto, se traduce en la «voluntad de Dios», y viceversa, esta se convierte en su Palabra que obra la salvación. La comunidad cristiana, en consecuencia, se convierte en el lugar privilegiado donde se puede escuchar y vivir de esta Palabra, porque en la comunidad los cristianos son verdaderamente hermanos y hermanas que se apoyan los unos a los otros viviendo en el amor. El Domingo de la Palabra de Dios, como puede verse, permite nuevamente a los cristianos reforzar la tenaz invitación de Jesús a escuchar y valorar su Palabra para ofrecer al mundo de hoy un testimonio de esperanza que le permita ir más allá de las difi cultades del momento presente.

“Esta Escritura que acaban de oír” (Lc 4,14-21 – III Domingo Ordinario)

“Esta Escritura que acaban de oír” (Lc 4,14-21 – III Domingo Ordinario)

Por P. Tony Salinas Avery

                Celebramos hoy el Domingo de la Palabra de Dios, el Papa Francisco en la Carta Apostólica, en forma de Motu Propio, Aperuit illis, nos ha invitado a dedicar un domingo del Año Litúrgico a la Palabra de Dios. Situada en el III Domingo del Tiempo a lo largo del año, nos sirve de llamada de atención para proponernos una mejor escucha de la misma, en todas nuestras celebraciones y así dejarnos penetrar por toda su riqueza. Hoy el conjunto de lecturas nos invitan en primer lugar a “leer” la Palabra de Dios, pero no de cualquier manera, luego hay que “explicar el sentido” que ella nos ofrece. Un antiguo refrán dice que “toda la Palabra de la Biblia tiene setenta rostros”. Se debe con fe descubrir estos rostros, escudriñar el texto en todos sus sentidos: el término técnico para indicar el estudio de la Biblia es “exégesis” que en griego significa “sacar fuera” todos los tesoros, toda la fuerza, toda la espiritualidad de las páginas de la Biblia. Y, finalmente todo este proceso nos lleva a “comprender” lo que Dios nos quiere decir a través de ella con toda inteligencia y devoción en el corazón. En efecto, la Palabra de Dios no es una fría piedra preciosa sellada en un cofre, sino que es una realidad viva que debe empapar la existencia árida como la lluvia fecunda hasta el desierto (cf. Is 55,10-11). Por eso con el Evangelio de hoy vemos a Cristo que cumple esta misma Palabra proclamada y que entra también a nuestros templos con su Palabra que es leída, explicada y comprendida. Como el antiguo Israel que recibió entre lágrimas el texto encontrado de Escritura, también nosotros con lágrimas de conversión, queremos recibir a Jesús, Palabra definitiva del Padre, para que aplaque nuestras ansiedades y nuestros temores llevándonos a la alegría pascual, ilumine a los ciegos y sostenga y libere a los pobres y a los oprimidos. Jesús nos ayude con su ejemplo a ser conocedores de la Palabra de Dios, Él mismo lee la Biblia y busca explicarse a través de ella la voluntad del Padre, para luego poder decir: “¡Aquí estoy Señor para hacer tu voluntad!”. Jesús en conclusión es la último y mejor acabado rostro que la Biblia nos pueda dar, en Él toda la Escritura llega a su cumplimiento.  “¡Dichosos los que cumplen la Palabra de Dios y la ponen en práctica!” (Lc 11,28).

MENSAJE DEL SANTO PADRE FRANCISCO PARA LA CELEBRACIÓN DE LA 55 JORNADA MUNDIAL DE LA PAZ

MENSAJE DEL SANTO PADRE FRANCISCO PARA LA CELEBRACIÓN DE LA 55 JORNADA MUNDIAL DE LA PAZ

1 DE ENERO DE 2022

Diálogo entre generaciones, educación y trabajo:
instrumentos para construir una paz duradera

1. «¡Qué hermosos son sobre las montañas los pasos del mensajero que proclama la paz!» (Is 52,7).

Las palabras del profeta Isaías expresan el consuelo, el suspiro de alivio de un pueblo exiliado, agotado por la violencia y los abusos, expuesto a la indignidad y la muerte. El profeta Baruc se preguntaba al respecto: «¿Por qué, Israel, estás en una tierra de enemigos y envejeciste en un país extranjero? ¿Por qué te manchaste con cadáveres y te cuentas entre los que bajan a la fosa?» (3,10-11). Para este pueblo, la llegada del mensajero de la paz significaba la esperanza de un renacimiento de los escombros de la historia, el comienzo de un futuro prometedor.

Todavía hoy, el camino de la paz, que san Pablo VI denominó con el nuevo nombre de desarrollo integral [1],permanece desafortunadamente alejado de la vida real de muchos hombres y mujeres y, por tanto, de la familia humana, que está totalmente interconectada. A pesar de los numerosos esfuerzos encaminados a un diálogo constructivo entre las naciones, el ruido ensordecedor de las guerras y los conflictos se amplifica, mientras se propagan enfermedades de proporciones pandémicas, se agravan los efectos del cambio climático y de la degradación del medioambiente, empeora la tragedia del hambre y la sed, y sigue dominando un modelo económico que se basa más en el individualismo que en el compartir solidario. Como en el tiempo de los antiguos profetas, el clamor de los pobres y de la tierra [2] sigue elevándose hoy, implorando justicia y paz.

En cada época, la paz es tanto un don de lo alto como el fruto de un compromiso compartido. Existe, en efecto, una “arquitectura” de la paz, en la que intervienen las distintas instituciones de la sociedad, y existe un “artesanado” de la paz que nos involucra a cada uno de nosotros personalmente. [3] Todos pueden colaborar en la construcción de un mundo más pacífico: partiendo del propio corazón y de las relaciones en la familia, en la sociedad y con el medioambiente, hasta las relaciones entre los pueblos y entre los Estados.

Aquí me gustaría proponer tres caminos para construir una paz duradera. En primer lugar, el diálogo entre las generaciones, como base para la realización de proyectos compartidos. En segundo lugar, la educación, como factor de libertad, responsabilidad y desarrollo. Y, por último, el trabajo para una plena realización de la dignidad humana. Estos tres elementos son esenciales para «la gestación de un pacto social» [4], sin el cual todo proyecto de paz es insustancial.

2. Diálogo entre generaciones para construir la paz

En un mundo todavía atenazado por las garras de la pandemia, que ha causado demasiados problemas, «algunos tratan de huir de la realidad refugiándose en mundos privados, y otros la enfrentan con violencia destructiva, pero entre la indiferencia egoísta y la protesta violenta, siempre hay una opción posible: el diálogo. El diálogo entre las generaciones» [5].

Todo diálogo sincero, aunque no esté exento de una dialéctica justa y positiva, requiere siempre una confianza básica entre los interlocutores. Debemos recuperar esta confianza mutua. La actual crisis sanitaria ha aumentado en todos la sensación de soledad y el repliegue sobre uno mismo. La soledad de los mayores va acompañada en los jóvenes de un sentimiento de impotencia y de la falta de una idea común de futuro. Esta crisis es ciertamente dolorosa. Pero también puede hacer emerger lo mejor de las personas. De hecho, durante la pandemia hemos visto generosos ejemplos de compasión, colaboración y solidaridad en todo el mundo.

Dialogar significa escucharse, confrontarse, ponerse de acuerdo y caminar juntos. Fomentar todo esto entre las generaciones significa labrar la dura y estéril tierra del conflicto y la exclusión para cultivar allí las semillas de una paz duradera y compartida.

Aunque el desarrollo tecnológico y económico haya dividido a menudo a las generaciones, las crisis contemporáneas revelan la urgencia de que se alíen. Por un lado, los jóvenes necesitan la experiencia existencial, sapiencial y espiritual de los mayores; por el otro, los mayores necesitan el apoyo, el afecto, la creatividad y el dinamismo de los jóvenes.

Los grandes retos sociales y los procesos de construcción de la paz no pueden prescindir del diálogo entre los depositarios de la memoria ―los mayores― y los continuadores de la historia ―los jóvenes―; tampoco pueden prescindir de la voluntad de cada uno de nosotros de dar cabida al otro, de no pretender ocupar todo el escenario persiguiendo los propios intereses inmediatos como si no hubiera pasado ni futuro. La crisis global que vivimos nos muestra que el encuentro y el diálogo entre generaciones es la fuerza propulsora de una política sana, que no se contenta con administrar la situación existente «con parches o soluciones rápidas» [6], sino que se ofrece como forma eminente de amor al otro [7], en la búsqueda de proyectos compartidos y sostenibles.

Si sabemos practicar este diálogo intergeneracional en medio de las dificultades, «podremos estar bien arraigados en el presente, y desde aquí frecuentar el pasado y el futuro: frecuentar el pasado, para aprender de la historia y para sanar las heridas que a veces nos condicionan; frecuentar el futuro, para alimentar el entusiasmo, hacer germinar sueños, suscitar profecías, hacer florecer esperanzas. De ese modo, unidos, podremos aprender unos de otros» [8]. Sin raíces, ¿cómo podrían los árboles crecer y dar fruto?

Sólo hay que pensar en la cuestión del cuidado de nuestra casa común. De hecho, el propio medioambiente «es un préstamo que cada generación recibe y debe transmitir a la generación siguiente» [9]. Por ello, tenemos que apreciar y alentar a los numerosos jóvenes que se esfuerzan por un mundo más justo y atento a la salvaguarda de la creación, confiada a nuestro cuidado. Lo hacen con preocupación y entusiasmo y, sobre todo, con sentido de responsabilidad ante el urgente cambio de rumbo [10] que nos imponen las dificultades derivadas de la crisis ética y socio-ambiental actual [11].

Por otra parte, la oportunidad de construir juntos caminos hacia la paz no puede prescindir de la educación y el trabajo, lugares y contextos privilegiados para el diálogo intergeneracional. Es la educación la que proporciona la gramática para el diálogo entre las generaciones, y es en la experiencia del trabajo donde hombres y mujeres de diferentes generaciones se encuentran ayudándose mutuamente, intercambiando conocimientos, experiencias y habilidades para el bien común.

3. La instrucción y la educación como motores de la paz

El presupuesto para la instrucción y la educación, consideradas como un gasto más que como una inversión, ha disminuido significativamente a nivel mundial en los últimos años. Sin embargo, estas constituyen los principales vectores de un desarrollo humano integral: hacen a la persona más libre y responsable, y son indispensables para la defensa y la promoción de la paz. En otras palabras, la instrucción y la educación son las bases de una sociedad cohesionada, civil, capaz de generar esperanza, riqueza y progreso.

Los gastos militares, en cambio, han aumentado, superando el nivel registrado al final de la “guerra fría”, y parecen destinados a crecer de modo exorbitante [12].

Por tanto, es oportuno y urgente que cuantos tienen responsabilidades de gobierno elaboren políticas económicas que prevean un cambio en la relación entre las inversiones públicas destinadas a la educación y los fondos reservados a los armamentos. Por otra parte, la búsqueda de un proceso real de desarme internacional no puede sino causar grandes beneficios al desarrollo de pueblos y naciones, liberando recursos financieros que se empleen de manera más apropiada para la salud, la escuela, las infraestructuras y el cuidado del territorio, entre otros.

Me gustaría que la inversión en la educación estuviera acompañada por un compromiso más consistente orientado a promover la cultura del cuidado [13]. Esta cultura, frente a las fracturas de la sociedad y a la inercia de las instituciones, puede convertirse en el lenguaje común que rompa las barreras y construya puentes. «Un país crece cuando sus diversas riquezas culturales dialogan de manera constructiva: la cultura popular, la universitaria, la juvenil, la artística, la tecnológica, la cultura económica, la cultura de la familia y de los medios de comunicación» [14]. Por consiguiente, es necesario forjar un nuevo paradigma cultural a través de «un pacto educativo global para y con las generaciones más jóvenes, que involucre en la formación de personas maduras a las familias, comunidades, escuelas y universidades, instituciones, religiones, gobernantes, a toda la humanidad» [15]. Un pacto que promueva la educación a la ecología integral según un modelo cultural de paz, de desarrollo y de sostenibilidad, centrado en la fraternidad y en la alianza entre el ser humano y su entorno [16].

Invertir en la instrucción y en la educación de las jóvenes generaciones es el camino principal que las conduce, por medio de una preparación específica, a ocupar de manera provechosa un lugar adecuado en el mundo del trabajo [17].

4. Promover y asegurar el trabajo construye la paz

El trabajo es un factor indispensable para construir y mantener la paz; es expresión de uno mismo y de los propios dones, pero también es compromiso, esfuerzo, colaboración con otros, porque se trabaja siempre con o por alguien. En esta perspectiva marcadamente social, el trabajo es el lugar donde aprendemos a ofrecer nuestra contribución por un mundo más habitable y hermoso.

La situación del mundo del trabajo, que ya estaba afrontando múltiples desafíos, se ha visto agravada por la pandemia de Covid-19. Millones de actividades económicas y productivas han quebrado; los trabajadores precarios son cada vez más vulnerables; muchos de aquellos que desarrollan servicios esenciales permanecen aún más ocultos a la conciencia pública y política; la instrucción a distancia ha provocado en muchos casos una regresión en el aprendizaje y en los programas educativos. Asimismo, los jóvenes que se asoman al mercado profesional y los adultos que han caído en la desocupación afrontan actualmente perspectivas dramáticas.

El impacto de la crisis sobre la economía informal, que a menudo afecta a los trabajadores migrantes, ha sido particularmente devastador. A muchos de ellos las leyes nacionales no los reconocen, es como si no existieran. Tanto ellos como sus familias viven en condiciones muy precarias, expuestos a diversas formas de esclavitud y privados de un sistema de asistencia social que los proteja. A eso se agrega que actualmente sólo un tercio de la población mundial en edad laboral goza de un sistema de seguridad social, o puede beneficiarse de él sólo de manera restringida. La violencia y la criminalidad organizada aumentan en muchos países, sofocando la libertad y la dignidad de las personas, envenenando la economía e impidiendo que se fomente el bien común. La respuesta a esta situación sólo puede venir a través de una mayor oferta de las oportunidades de trabajo digno.

El trabajo, en efecto, es la base sobre la cual se construyen en toda comunidad la justicia y la solidaridad. Por eso, «no debe buscarse que el progreso tecnológico reemplace cada vez más el trabajo humano, con lo cual la humanidad se dañaría a sí misma. El trabajo es una necesidad, parte del sentido de la vida en esta tierra, camino de maduración, de desarrollo humano y de realización personal» [18]. Tenemos que unir las ideas y los esfuerzos para crear las condiciones e inventar soluciones, para que todo ser humano en edad de trabajar tenga la oportunidad de contribuir con su propio trabajo a la vida de la familia y de la sociedad.

Es más urgente que nunca que se promuevan en todo el mundo condiciones laborales decentes y dignas, orientadas al bien común y al cuidado de la creación. Es necesario asegurar y sostener la libertad de las iniciativas empresariales y, al mismo tiempo, impulsar una responsabilidad social renovada, para que el beneficio no sea el único principio rector.

En esta perspectiva hay que estimular, acoger y sostener las iniciativas que instan a las empresas al respeto de los derechos humanos fundamentales de las trabajadoras y los trabajadores, sensibilizando en ese sentido no sólo a las instituciones, sino también a los consumidores, a la sociedad civil y a las realidades empresariales. Estas últimas, cuanto más conscientes son de su función social, más se convierten en lugares en los que se ejercita la dignidad humana, participando así a su vez en la construcción de la paz. En este aspecto la política está llamada a desempeñar un rol activo, promoviendo un justo equilibrio entre la libertad económica y la justicia social. Y todos aquellos que actúan en este campo, comenzando por los trabajadores y los empresarios católicos, pueden encontrar orientaciones seguras en la doctrina social de la Iglesia.

Queridos hermanos y hermanas: Mientras intentamos unir los esfuerzos para salir de la pandemia, quisiera renovar mi agradecimiento a cuantos se han comprometido y continúan dedicándose con generosidad y responsabilidad a garantizar la instrucción, la seguridad y la tutela de los derechos, para ofrecer la atención médica, para facilitar el encuentro entre familiares y enfermos, para brindar ayuda económica a las personas indigentes o que han perdido el trabajo. Aseguro mi recuerdo en la oración por todas las víctimas y sus familias.

A los gobernantes y a cuantos tienen responsabilidades políticas y sociales, a los pastores y a los animadores de las comunidades eclesiales, como también a todos los hombres y mujeres de buena voluntad, hago un llamamiento para que sigamos avanzando juntos con valentía y creatividad por estos tres caminos: el diálogo entre las generaciones, la educación y el trabajo. Que sean cada vez más numerosos quienes, sin hacer ruido, con humildad y perseverancia, se conviertan cada día en artesanos de paz. Y que siempre los preceda y acompañe la bendición del Dios de la paz.

Vaticano, 8 de diciembre de 2021

Francisco

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[1] Cf. Carta enc. Populorum progressio (26 marzo 1967), 76ss.

[2] Cf. Carta enc. Laudato si’ (24 mayo 2015), 49 .

[3] Cf. Carta enc. Fratelli tutti (3 octubre 2020), 231.

[4] Ibíd., 218.

[5] Ibíd., 199.

[6] Ibíd., 179.

[7] Cf. ibíd., 180.

[8] Exhort. ap. postsin. Christus vivit (25 marzo 2019), 199.

[9] Carta enc. Laudato si’ (24 mayo 2015), 159.

[10] Cf. ibíd., 163; 202.

[11] Cf. ibíd., 139.

[12] Cf. Mensaje a los participantes en el 4º Foro de París sobre la paz, 11-13 noviembre 2021.

[13] Cf. Carta enc. Laudato si’ (24 mayo 2015), 231; Mensaje para la LIV Jornada Mundial de la Paz. La cultura del cuidado como camino de paz (8 diciembre 2020).

[14] Carta enc. Fratelli tutti (3 octubre 2020), 199.

[15] Videomensaje con ocasión del Encuentro “Global Compact on Education. Together to Look Beyond” (15 octubre 2020).

[16] Cf. Videomensaje con ocasión de la Cumbre virtual de alto nivel sobre retos climáticos (12 diciembre 2020).

[17] Cf. S. Juan Pablo II, Carta enc. Laborem exercens (14 septiembre 1981), 18.

[18] Carta enc. Laudato si’ (24 mayo 2015), 128.