La comunidad de biblistas católicos de Honduras se une en oración por el eterno descanso del jesuita José Ignacio González Faus, cuyo fallecimiento ha sido informado recientemente desde Barcelona. Su vida y obra han sido un faro de inspiración para quienes buscan profundizar en la fe y en el compromiso con el Reino de Dios.
González Faus no solo destacó por su vasto conocimiento teológico, sino también por su capacidad de conectar la reflexión académica con la realidad social. Sus libros, artículos, iniciativas y conferencias han dejado una huella imborrable en generaciones de cristianos que han encontrado en su pensamiento un llamado a la justicia, la solidaridad y la opción preferencial por los pobres.
Su legado nos recuerda que el Evangelio no es solo una enseñanza espiritual, sino una invitación a transformar el mundo desde la mirada de Dios. En un tiempo donde los desafíos sociales y eclesiales nos interpelan constantemente, sus aportes siguen iluminando el camino de quienes buscan vivir con autenticidad su fe.
Que su vida y su testimonio sigan inspirándonos a trabajar por un mundo más justo y fraterno, fieles al mensaje del Evangelio y al compromiso con el Reino de Dios.
Caminando juntos durante este año Jubilar, atendemos este domingo al igual que el pasado la Palabra de Dios que sigue presentando el “Discurso de la llanura” en el capítulo 6 de Lucas. Todo el discurso está impregnado por el tema del amor y de la misericordia. Desde este punto central el autor quiere combatir la hipocresía en la vida cristiana. La estupenda imagen del árbol, representa las opciones de la vida ante el don de la fe: puede ser un corazón corrompido y perverso del que salen las maldades y las injusticias o por otro lado, un corazón bueno que es capaz siempre de producir obras de amor. El teólogo Dietrich Bonhoeffer, mártir en los campos de concentración nazis, en su obra Ética recordaba que “la bondad no es una cualidad de la vida sino la vida misma; ser buenos significa vivir”. Por eso Jesús hoy afirma que a los falsos como verdaderos maestros y hermanos se les reconocen no por su follaje, o sea por sus apariencias, sino por sus frutos, es decir, por su maldad o por su generosidad y amor. A la larga, para haber llegado ha ser un árbol y dar frutos, se tuvo que vivir alimentándose de los nutrientes de la tierra, del agua y de la luz del sol. Estos elementos el cristiano los recibe desde muchos lugares y experiencias de fe: la meditación de la Palabra, el Cuerpo de Cristo, la oración, el ayuno, la práctica de las obras de misericordia, la vida de comunidad, etc. ¿por qué no se producen entonces los buenos frutos? El evangelista Lucas advierte esa sutil pero dañina manera de estar en la comunidad cristiana, en la que se puede estar perseverando de cualquier manera, pero sin una entrega sincera, sin haber abrazado de manera radical la causa de Cristo y su Evangelio. Nos llenamos entonces de follaje, de pura apariencia, sin producir los frutos que en determinado momento de largo camino cristiano deberíamos estar comenzando a dar. Jesús es la fuente maravillosa que deberá nutrir hasta lo más íntimo de nuestro ser, sólo con Él y desde Él, el árbol que somos cada uno de nosotros dará frutos en abundancia.
Siguiendo el itinerario espiritual presentado por el evangelista Lucas, este domingo la liturgia de la Palabra de Dios, se concecta idealmente con el domingo anterior, continuando la lectura del “Discurso de la llanura”, como se le llama al de Lucas, en paralelo bastante libre del “Sermón de la Montaña” de Mateo. La narración de este discurso sintetiza de manera maravillosa la vida de Jesús, que debe ser la vida de sus discípulos, hecha mensaje: “Amen, bendigan, den, hagan el bien, presten, sean misericordiosos, no juzguen, no condenen…” La narración que es como un canto al amor, esta articulado en tres estrofas: la primera en los vv. 27-31, expresa la “regla de oro” cristiana: “Amen a sus enemigos”. La segunda presente en los vv. 32-35 modelada sobre el símbolo del préstamo terminando con una promesa: “Su premio será grande y serán hijos del Altísimo”. Y, la tercera los vv. 36-38, cierra todo el mensaje con la llamada a la imitación de Dios: “Sean misericordiosos como su Padre es misericordioso”. ¿Cuántos de nosotros no nos hemos dejado cautivar por tan maravillosas palabras de Jesús? En verdad, son páginas profundamente sencillas pero también terriblemente duras, por la exigencia, por ese llamado apremiante al cambio de vida, sometiendo al egoísmo personal que se interpone entre el ideal y la realidad que anhelamos. Entre hacer el bien que queremos y dejar de obrar el mal que no queremos, como dice San Pablo. El Evangelio retoma en este domingo su profundo significado de luz para nuestro camino, no solo se trata “Como quieren que los hombres lo hagan, háganlo también ustedes”, sino de no devolver “mal por mal”, sino incluso “bien por mal”, eso es “amar a los enemigos”. En conclusión, todo este discurso se resume en imitar a Dios, para ser en verdad hijos suyos, como lo ha sido el propio Jesús, el Hijo en plenitud, porque hace lo mismo que su Padre. El Papa Francisco sintetiza este maravilloso texto: “El amor a los enemigos debe ser incondicional, sin venganza ni violencia. Una manera de amarlos es rezar por ellos y pedir a Dios que cambie sus corazones”.
Siguiendo a Jesús a través del Evangelio de Lucas, en este Año Jubilar, inciamos este domingo sus enseñanzas. Buen inicio pone Lucas a poner a Jesús como un Maestro que no tiene miedo de ver a sus discípulos y con autoridad presentar su doctrina. Comienza por esta Carta Magna del cristianismo, que debe suponer históricamente una colección de discursos y dichos de Jesús, al igual que lo tiene Mateo (caps. 5-7). La comunidad cristiana tuvo a bien recoger todo este material con la finalidad de ayudar por el testimonio y las palabras del Maestro a la Misión de los enviados. Esta página es, entonces, un documento que nos remonta a la catequesis cristiana de los orígenes destinada a la predicación para aquellos venidos del paganismo, que son a quienes Lucas se dirige. A diferencia de Mateo, Lucas condensa el “Discurso del Monte” en un texto más reducido, teniendo como centro el amor, y ambientado en un “lugar explanado”, ya que Jesús está bajando de la montaña en donde había pasado la noche en oración (6,12-16). Hoy la liturgia nos propone la solemne apertura de ese discurso, marcado por las bienaventuranzas y por las maldiciones. La originalidad de Lucas está en que a las cuatro bienaventuranzas corresponden cuatro “ayes”. Las bienaventuranzas que en su origen bíblico representan para el justo alegría, serenidad, éxito, bienestar, prosperidad, en el mensaje de Jesús ¿cómo catalogarlas para los pobres, los hambrientos, los afligidos y perseguidos? Parece que referidas a ellos son un absurdo. No cabe duda que Jesús, lo que quiere es realizar una provocación a través de sus afirmaciones. Supera el tema social que excluye y oprime al hombre, presentando la “verdadera dicha”, la “verdadera felicidad” para quienes oyendo su Palabra con corazón pobre, disponible y sincero, se hacen receptores de las promesas del Reino de Dios que el propio Jesús ha inaugurado. Ciertamente los ricos, los satisfechos, los poderosos están demasiado llenos de sí y de las cosas que no logran acoger nada más. Hay en resumen una pobreza que nos hace rico, tal como lo señala Jesús.
Lucas nos regala este domingo los detalles de la manera como Pedro deberá escuchar y atender la llamada de Jesús, que es la llamada de Dios. Hoy nos encontramos en el escenario maravilloso de la llamada de Simón Pedro, el cual se desarrolla en Betsaida (nombre que en arameo quiere decir: “casa del pescado”), ubicada a lo largo de las orillas del lago de Tiberiades o Genesaret. Los dos protagonistas principales Jesús y Simón Pedro, entran rápidamente a un sentimiento de intimidad, gracias a la propia Palabra de Jesús, que penetra en la vida de Pedro imponiéndose hasta llevarle al desafío y el riesgo de continuar en la esperanza de una pesca buena y mejor. En efecto, él echará las redes “confiado en la Palabra” de Jesús, lo que producirá el extraordinario e inédito resultado que cambiará su vida. Este acto del poder de Jesús, lo lleva a él y a sus compañeros a cumplir los dos grandes verbos del lenguaje vocacional “dejar” y “seguir”. De hecho es Lucas el único entre todos los evangelistas a subrayar ese final el final del relato, diciendo: “Dejaron todo y lo siguieron”. El desapego auténtico, la opción por la pobreza, la elección total por el Reino de Dios son requisitos indispensables en toda vocación, como respuesta a la llamada de Cristo. Al responder a la llamada, descubrirán cada uno de los discípulos, que hay un “dejar”, que es a la vez, es un “perder” algo, para ganar las promesas del Señor. Como en el texto de Isaías que está hoy de primera lectura (Is 6,1-2.3-8), Pedro deberá para abrazar la llamada, reconociendo su impureza y ser liberado de ella. Terminando todo en ese mismo Jesús, será Dios entre nosotros el que le cambiará no solo la vida, sino también la misión: “No temas; de ahora en adelante serás pescador de hombres”. En este domingo, para cada uno de nosotros resuena el llamado dirigido a Isaías y a Pedro, aunque de distintas maneras. El año jubilar que estamos viviendo es oportunidad propicia para pensar en qué hay que dejar para seguir con radicalidad la llamada de Jesús.