La referencia que hace Lucas al año decimoquinto de Tiberio, hace comprender a cómo las acciones de Dios se sitúan en el tiempo y en el espacio. No estamos leyendo en la Palabra de Dios de este domingo, fábulas o cuentos de camino real, como solemos decir. Es más, ella con la primera lectura del libro del profeta Baruc recuerda el retorno de los hebreos desterrados, cantado hoy incluso por el conmovedor Salmo 126 (125). En efecto, en el 586 a.C. Jerusalén destruida por Nabuconodosor, hizo que salieran de su tierra entre las lágrimas y las más tristes desolaciones. Pero ese camino que entonces habían recorrido con los ojos velados por la lágrimas, ahora lo vuelven a recorrer entre cantos de alegría, con los ojos llenos de felicidad; parece que el desierto ya no existe, ha quedado atrás. Ahora el temor, estaba en sentirse libres… El camino espiritual vivido en el destierro, les hizo comprender lo cuán difícil es ser libres. Con ese Salmo parece que el pueblo a una voz le dice al Señor: “¡No sabíamos, Oh Dios, cuán díficil es ser libre!”.
Ese itinerario de retorno de Isareal hacia Jerusalén, ahora  es simbólico para nosotros, que caminamos en este tiempo de Adviento. Señala el evangelio que “Dios habló a Juan”, para que nos diga ahora, en el presente y en el espacio de nuestra vida, que Dios, no se ha olvidado de nosotros, y que sus promesas, ya cumplidas en la llegada de su Hijo, se renueva hoy, como un nuevo amanecer. De aquí, que las palabras de Juan: “Preparar el camino del Señor” significa remover los obstáculos que retardan o impiden su llegada al corazón del hombre.  Donde se pueda estar allí viviendo de manera dramática y real un destierro, peor que el que sufrió Israel en Babilonia, la voz de Juan invita a buscar apresuradamente la liberación, aunque ésta cueste mucho alcanzarla. Entonces para nosotros al igual que para ellos, el camino de la libertad se vuelve plano y alegre sólo después que sobre él se ha derramado el sudor y la violencia del cambio, es decir, se ha hecho una auténtica conversión personal, recorriendo las huellas del retorno a la casa paterna, como dirá el proprio Lucas en al parábola del Hijo pródigo. Esta es la fortuna de creer en Dios, el pasado puede quedar atrás, nuestro presente está siempre por delante.






“Tengan ánimo y levanten la cabeza…” (Lc 21,25-28.34-36 – I Domingo de  Adviento)
Iniciamos con mucha alegría el nuevo año litúrgico que en esta oportunidad nos prepara para el Jubileo del 2025, gracias por seguir al compáz de la Palabra de Dios dominical, a través de estos modestos comentarios y al deseo de hacer la Lectio Divina de manera personal y comunitaria. La lectura evangélica en este ciclo “C” del evangelista Lucas, nos invitará como los demás evangelistas a descubrir la figura extraordinaria de Jesucrisdieto. Como lo dice el teólogo alemán, Él es el die mitte der Zeit, el centro de la historia. Él nos lo presentará como amigo de los publicanos y los pecadores, como profeta que nos comunica la última y perfecta revelación divina, como el pobre que no tiene ni siquiera en dónde recostar la cabeza, como un peregrino hacia Jerusalén, como el salvador de las enfermedades físicas pero también de las miserias interiores, como sede del Espíritu Santo, que después de Él infunde sobre la comunidad de los discípulos. Lucas por lo tanto se convierte como lo señala Dante en su obra latina Manarquía, en ese scriba mansuetudinis Christi, el “escritor de la mansedumbre de Cristo”.
Para ponerle “ritmo” a este tiempo Lucas nos invita a “ tener ánimo y levantar la cabeza”, es decir, a marcar el paso para la acción que nos debe mantener despiertos y vigilantes. Pero surge la pregunta: ¿Esperar qué? La respuesta la ofrece el evangelistas, esperar que la luz de Cristo que es como el pleno día, le permita al discípulo suyo, salir de las tinieblas de la noche, que simbolizada en el vicio, la indiferencia, el apego a lo material, etc. Quiere que el discípulo se ponga en pie y levante la cabeza hacia la luz, el amor la verdad. Un nuevo “Adviento” que haga emerger de estas liturgias un nuevo retrato del cristiano: hombre lleno de justicia, peregrino puesto en el camino recto, ciudadano del día y sobre todo amante de la vida, que sólo Jesús puede dar. Entonces: ¡Ánimo! Llega nuestra salvación. Dejémonos penetrar por la Palabra de Dios, ya que sin ella no hay posibilidad alguna para vivir, lo que la Iglesia quiere que vivamos como Adviento. Sin la Palabra de Dios diaria no hay Adviento. ¡Esto es así de sencillo!



“Dijo Pilato a Jesús: ¿Tú eres el rey de los judíos? ” (Jn 18,33-37 – Cristo Rey)
El procurador romano Poncio Pilato ha entrado en escena con Jesús, después de que los sumos sacerdotes se lo han llevado para que decida su destino de vivir o morir. Todos los evangelistas reportan la pregunta que éste le hace a Jesús: “¿Eres tú el rey de los judíos?”. Jesús  le afirma claramente que efectivamente Él es rey, pero su reino no es de este mundo… no se trata de un proyecto político, de un sistema ordenado a las realidades socio-económicas o militares. El enfrentamiento de Jesús con Poncio Pilato, representan la contraposición de los reinos, que aparecen antagónicos. Por una parte está el reino imperial, que necesita ríos de sangre para sostenerse y dominar a así a sus súbditos, llevando así a la esclavitud. El de Jesús está basado en el acto supremo de la voluntad de Dios, su Padre, de acercarse a la humanidad como un acto supremo de amor, teniendo su realización no en la sangre de los otros sino en la sangre de su Rey y Señor. Por esto podemos definir al reino al que Jesús refiere como el “Reino de la verdad”. Y, “verdad” en el lenguaje bíblico –y en particular en el evangelio de Juan –es un termino profundo, evoca la revelación de la bondad del Padre, y que es expresión de la fidelidad de Dios a sus promesas de salvación, es el anuncio del reino divino, es el evangelio, es Cristo mismo. Desde este análisis, el reino de Jesús no tiene como ley el dominio, sino el servicio (cf. Mc 10,41-45), busca siempre la justicia, está oculto como una pequeña semilla en el campo, pero es indestructible y dará siempre fruto. El Reino es Cristo mismo en su realidad de Hijo de Dios glorificado, como lo presenta el Apocalipsis, es el Alfa y el Omega de la historia, es decir, la primera y la última palabra de nuestro acontecimiento humano, es “aquel que es, que era y que viene”, abraza en sí las tres dimensiones del tiempo, el pasado, el presente y el futuro. Al terminar hermanos, hoy el año litúrgico con esta hermosa y rica celebración tan cargada de sentido y esperanza, un gracias a todos por ser asiduos a la lectura de estos comentarios y pedirles sigan ayudándose con los mismos para la lectio divina. Feliz y santa fiesta de Cristo Rey.