Entramos con este domingo a la tercera semana de Adviento, todo apunta a preparar con madurez el camino ya cercano a la Navidad. Juan el precursor con su actitud nos presenta una imagen de Cristo con rasgos claros y firmes. Cristo es exigente y el precursor anticipa dichas exigencias del Mesías en tres compromisos morales que impone sin ablandamientos, a las tres categorías de personas que interrogan: la gente, los publicanos y los soldados. Todo se resume en dos palabras esenciales, “justicia y amor”. El Bautista combate la espera de un Mesías envuelta en un halo de luz tranquilizadora y somnífera, que adormece las conciencias y eleva el espíritu a las certezas selectivas y subjetivas de cada persona en particular. Para Juan, la presencia del Mesías traerá fuego a la tierra, que exterminará la indiferencia de los corazones. Su presencia exigirá compromiso, nada de fugas estratégicas, de actitudes indecisas y de supuestos de hipocresía. Nadie podrá estar con Él y con su adversario, que sea éste la riqueza, el abuso del poder o la vida placentera sin más. El que escucha la voz en el desierto de Juan, entiende que ya se puso la chispa de fuego que encenderá el bosque, el hacha que cortará el tallo, la hora de sacar frutos. Es este domingo el llamado de la alegría, porque Jesús, como Mesías ya cercano no dejará a nadie indiferente, sumergidos en la neutralidad y sin desestabilizarse. Produciendo así la alegría que da vida sincera y la entrega sin medida. No es una alegría sentimental la que hay que experimentar este domingo, se trata de una alegría por una “causa”: ¡Jesús ha llegado a nuestros corazones y por eso estamos alegres! Cumpliendo así en nosotros la profecía de Sofonías de la primera lectura: “El Señor te renovará con su amor, se alegrará por ti con gritos de júbilo, como en los días de fiesta” (3,14-18).