“El buen pastor da la vida por sus ovejas” (Jn 10,11-18 – IV de Pascua)

“El buen pastor da la vida por sus ovejas” (Jn 10,11-18 – IV de Pascua)



Expresión más elocuente la que para este domingo IV de Pascua, no regala el evangelista Juan. Ya en otra parte de su evangelio había dicho: “No hay amor más grande que el que da la vida por sus amigos” (15,13) y “Habiendo amado a los suyos los amó hasta el extremo” (13,1). Sólo después de la Pascua tanto los discípulos como todos nosotros podemos comprender la fuerza de estas palabras dichas por el Señor antes de padecer y morir. Todas estas y otras más, recogidas por los evangelistas se pueden resumir en el evangelio de hoy: Jesús resucitado es “El buen pastor que da la vida por sus ovejas”.  La figura del pastor “bueno”, que literalmente el texto griego traduce más bien como el pastor “bello”, expresa así la plenitud de dones y carismas del pastor en relación a su misión a favor de las ovejas. Es la entrega de su vida la que consigue para Él y para los suyos la nueva vida que le da el Padre. Es la cumbre corazón del capítulo 10 de Juan en el que nos encontramos. Dos auto-revelaciones de Jesús: “Yo soy la puerta” y “Yo soy el Buen Pastor”. Todo este discurso está ambientando en ese “lugar teológico” que es la fiesta de la Dedicación del Templo realizada por los exiliados de Babilonia  (año 515 a.C.) y restituida por Judas Macabeo en el año 165 a.C. Para crear una reacción en los lectores crea esta narración una comparación antitética entre el Buen Pastor y el mercenario. Del primero se afirma su capacidad generosa y plena de dar la vida por sus ovejas, teniendo como clave de relación y afecto por ellas el verbo “conocer”, que evoca relación íntima, contacto personal, diálogo de amor y confianza, misericordia y entrega sin límites. La segunda parte de la antítesis es precisamente referida al mercenario, de quien dice claramente que “no es pastor… ve venir el lobo, abandona las ovejas y huye”. Aquí no importa lo que les suceda a las ovejas; la amistad, el amor, el cuidado, la misericordia.. no cuentan, justo “ porque es asalariado y no le importan nada las ovejas”. En la descripción de Jesús, la figura del mercenario encarna la oposición amenazante, orgullosa e interesada de los judíos de su tiempo.  En síntesis: ¡La vida del pastor es su rebaño! El pastor está consagrado totalmente al rebaño, vive y respira por él. Su vitalidad la ofrece por su cuidado y al hacerlo se recarga de nuevo en alegría y agradecimiento por esos que se le han confiando.

“El buen pastor da la vida por sus ovejas” (Jn 10,11-18 – IV de Pascua)

“Bendito el que Viene” (Mc 13 – Domingo de Ramos)

Queridos lectores, hoy entramos juntos con la lectura de la Palabra de Dios fundamento de estos días a la Semana Santa. Existía la costumbre de dar la bienvenida con las palabras del Salmo 118,26 a los peregrinos que venían a Jerusalén a celebrar la Pascua: “¡Bendito el que viene en el nombre del Señor. Los bendecimos desde la casa del Señor!”. Y, es que con la procesión a la que debemos participar, hemos tomado con Jesús la decisión de estar en Jerusalén donde le espera su desenlace de cruz, por lo que preparó el corazón de sus discípulos y el nuestro, a un seguimiento que trasciende las pretensiones humanas, para empezar a gustar la realidad de un Reino inaugurado por el propio Jesús que implica la destrucción de la semilla en la tierra fértil para alcanzar de esa muerte, los frutos de la redención definitiva del hombre, prolongada hasta su regreso por la Iglesia. Es un domingo que inicia con la entrada alegre de éste humilde Mesías, que luego se ve entristecido por una liturgia de la Palabra marcada por un desenlace escandaloso del dolor del inocente junto a su oración de confianza absoluta en Dios. Es por el carácter altamente cristológico de estos días de la Semana Santa, que este Domingo de Ramos tiene todo su contenido bíblico orientado sólo y exclusivamente a Él. Los evangelistas vieron en su entrada a Jerusalén un acto profético de su misión mesiánica. Jesús imprime, sin embargo, a su realeza un tono de humildad pacífica y con razón lo proclamaremos con viva vos a éste exclusivo peregrino: “¡Bendito el que viene en el nombre del Señor. Lo bendecimos desde la casa del Señor!”. Pero de esta aclamación de fiesta, todo este domingo está dominado por la solemne proclamación de la Pasión según Marcos (cc.14 y 15). En este evangelio encontraremos 15 escenas que se mueven entre la historia y la fe, para que paulatinamente se vaya desarrollando los acontecimientos trágicos y gloriosos de aquellas horas, dándonos esa fuerza misteriosa contenidos en ellos para la vivencia de una semana en la que más que espectadores pasemos hacer discípulos de este “Siervo de “Yahvé” que carga sobre sus hombres la redención del pecado y la muerte. Así pues con esta narración de la pasión entramos al portal de esta Jerusalén espiritual por la cual tenemos acceso a Dios por su Hijo Jesucristo, “Puerta” de Jerusalén definitiva. Tengan todos una hermosa y santa semana.

“El buen pastor da la vida por sus ovejas” (Jn 10,11-18 – IV de Pascua)

“Ha llegado la hora en que sea glorificado el Hijo del hombre” (Jn 12,20-25 – V de Cuaresma)



En los domingos anteriores hemos escuchado en el evangelio, que Jesús se encontraba cercano a la fiesta de la Pascua, esa referencia nos calza bien a nosotros porque así nos encontramos, el otro domingo iniciamos la Semana Santa. La Palabra de Dios de hoy y de los días siguientes, nos inducen al misterio de la Pascua, a través del contraste entre el morir y vivir. Jesús habla de su muerte, nosotros la proclamaremos, Él la ve venir, pero no la presenta como un monstro devorador. Sabe que es un reino de tinieblas y laceración, más aún la contempla como un parto doloroso, que encierra en sí mismo un misterio de fecundidad y resurrección.
Hoy utiliza la imagen de la semilla que cae en la oscuridad de la tierra: los comentadores de los primeros siglos de la Iglesia veían aquí una alusión simbólica a la encarnación del Hijo de Dios que entraba en el horizonte tenebroso de la historia. En el terreno parece que la energía de la semilla está condenada a apagarse; en efecto, la semilla se marchita y muere. Pero de pronto, aparece la eterna sorpresa de la naturaleza: aquella semilla que murió a un determinado momento, permitió que de su misma muerte apareciera el germen de una nueva vida. Al pasar por ese camino estrecho que lleva a la muerte, sabe que sólo así podrá conducir a la humanidad como líder que va a la cabeza del grupo, a la gloria de la salvación. En efecto, así como la semilla que, muerta, ha producido la espiga, así Cristo crucificado “ha atraído a todos hacía sí”. Toda la humanidad, converge con Cristo hacia lo alto, hacia la gloria, hacia la vida, hacia lo eterno. Allí está el valor del por qué había que levantar el madero de la cruz. En efecto, el vértice está en aquel misterioso de morir, acompañado por todos los sufrimientos de la tierra, pero único y desconcertante en Cristo, el Hijo. El odio de los hombres se desencadena, el temor de los amigos prevalece, el silencio de Dios desconcierta. En Jesús se encuentra, pues, todo el acontecimiento del dolor humano. Él reúne en sí todas las lágrimas y todas las laceraciones físicas e interiores para llevarlas a Dios y darles un sentido que sólo en Dios puede encontrar. Para ello, ve en la cruz el camino hacia ese destino de resurrección, considerándose así mismo como el que renuncia a su propio yo, para darse en rescate de todos. Permitámosle al Señor que esa realidad nos toque de cerca a todos y cada uno de nosotros, para experimentar la hermosura definitiva de su salvación al elevarse en el madero de la CRUZ.

“El buen pastor da la vida por sus ovejas” (Jn 10,11-18 – IV de Pascua)

“El Hijo… Levantado” (Jn 3,14-21 – IV de Cuaresma)



El cuarto evangelista cuya obra nos viene acompañando estos domingos, nos desea describir el misterio de la pascua de Jesús bajo la imagen simbólica de “Uno” que ha descendido hasta nosotros, y que ahora será “levantado”, explicación “vertical” que orienta hacia la elevación y la exaltación. Así la elevación de la cruz en el Gólgota que se arraiga en el suelo, tiene su vértice en el cielo. Para ello san Juan refiriéndose a la serpiente de bronce levantada por Moisés en el desierto, como narra el libro de los Números (21,4-9), sanaba a quien la contemplaba convirtiéndose ésta en el “símbolo de la salvación” (Sb 16,5-6). Por lo tanto, nos hace comprender como este estandarte levantado en el desierto es signo en el Antiguo Testamento, de la cruz de Cristo “levantada” en medio de la humanidad. Aquél que narra Juan 1,14 que “puso su tienda entre nosotros” descendió del cielo para ahora ser Él el que nos eleve por su propia elevación a la salvación definitiva. En el cuarto evangelio en efecto, la cristología pone su punto máximo en el madero de la cruz, que hace de polo de atracción de la fe del creyente. Y, es que toda la pasión de Jesús en este evangelio se ve como un cortejo triunfal hacia la cruz. Su muerte es más bien una victoria que una derrota. La cruz un trono que un patíbulo. Este evangelio proclamado en este cuarto domingo, contribuye al propósito de toda la obra y de este tiempo de gracia, ya que toda la pasión es una “epifanía real”, por lo que aquel hombre, acusado y maltratado, se autoproclama rey que ha venido a dar testimonio de la verdad. Por eso Pilato y los soldados no hacen más que elevarlo a la cruz, entronizarlo, glorificarlo. Esta elevación a través del madero de la cruz, situado en este momento del camino cuaresmal, nos permite meditar, para prepararnos a la pascua, sopesando como su muerte es, pues, una victoria sobre el príncipe de este mundo (Jn 12,31; 14,30s; 16,33). Así la hermosa referencia a ese estandarte levantado en el desierto que curaba a los mordidos por serpientes, no puede ser sino la mejor imagen de cómo la verdadera salvación estará, como decimos en Viernes Santo, en el clavado en la cruz,  quien nos ha merecido la salvación del mundo. Celebremos el cuarto domingo de cuaresma, atendiendo esta Palabra de Dios, que nos invita a poner también en la cumbre de nuestras alegrías al madero de la cruz, signo inequívoco del amor salvador de Dios en Cristo.  

“El buen pastor da la vida por sus ovejas” (Jn 10,11-18 – IV de Pascua)

“Se acercaba la pascua de los judíos. Jesús subió a Jerusalén… sus discípulos recordaron” (Jn 2, 13-25 – III Cuaresma)



En relación a los evangelios sinópticos (es decir Mateo, Marcos y Lucas), Juan sitúa la expulsión de los vendedores del templo al inicio de su sobra, mientras aquellos lo sitúan en sus partes más cercanas a la pasión de Jesús. Por otro lado, la mención a la fiesta judía de la pascua, en el relato de hoy es la primera de las tres pascuas que suceden en la vida pública de Jesús según este evangelio de Juan. La otras serán en el discurso del pan de vida (cap. 6) y la última en el tema de la “hora”, es decir, de la cruz y de la glorificación (cap. 12). No olvidemos además que estos grandes temas de fe y teología que desarrolla Jesús, se sitúan siempre en torno al Templo y por ende en su ciudad santa Jerusalén. Jesús desea instaurar una verdadera y definitiva relación con Dios su Padre, revelada en una definitiva Pascua y en el único y verdadero Templo que es su Cuerpo. Estando en Jerusalén contempla el gran número de peregrinos, de animales destinados a los sacrificios y de los cambistas, los que cambiaban las monedas imperiales- impuras debido a las efigies grabadas en ellas- junto a las monedas si válidas para pagar el impuesto que todo hebreo daba al Templo. Ante esto Jesús se lanza contra ellos con “un látigo de cuerdas” expulsándolos y luego ante la pregunta del por qué hacia esto y la autoridad para hacerlo, declara la razón última: “Destruyan este tempo y en tres días lo levantaré”. La proximidad a la fiesta de Pascua, tal acción y declaración afirma que llega la “Hora” en que Él expulsará definitivamente al demonio y todas sus armas y artimañas, junto con la muerte para instaurar un Templo eterno y santo, gracias a su entrega obediente y amorosa al Padre, por quien se harán nuevas todas las cosas. Al final de la narración se da la  explicación; ellos, los discípulos después de su resurrección “recordaron”, en efecto, “recordar” en Juan refiere no sólo a una conmemoración histórica de un acto o de un dicho de Jesús. “Recordar” es comprender en plenitud, es revivir, es celebrar, es interpretar a la luz de la pascua, como se dirá explícitamente. El “recuerdo” en el evangelio de hoy se transforma, entonces, no sólo en un llamado a mantener  purificadas nuestras iglesias de toda contaminación con intereses políticos y económicos, sino también a hacer de la existencia de la Iglesia y de cada uno de los creyentes, un signo luminoso de la pascua, de la presencia y del amor de Dios.  El sacramento de la reconciliación hoy nos sería de un acto concreto y real de la purificación de nuestro templo espiritual. 

“El buen pastor da la vida por sus ovejas” (Jn 10,11-18 – IV de Pascua)

“Le suplicaba de rodillas…” (Mc 1,40-45 – VTO)



Con el relato de este domingo encontramos a Jesús, que después de haber curado a la suegra de Pedro, el domingo pasado, hoy lo vemos en su recorrido encontrado por un leproso que viene a su encuentro: “¡Si quieres puedes curarme!”. Marcos a propósito desarrolla la escena dentro de un margen de verbos consecutivos para invitarnos a gustar del acontecimiento como si lo estuviéramos presenciando. El primer verbo es “moverse a compasión”, es Jesús que experimenta esta profunda conmoción en su ser interior, ante la angustia desesperada de ese desventurado. No hay que olvidar que un leproso era un “cadáver andante”, un “excomulgado de la sociedad civil y religiosa del tiempo de Jesús. Atenuando el hecho de considerar esta enfermedad como un castigo de Dios, culpa de un pecado. Muchos textos antiguos de este evangelio, leen o traducen este verbo como “irritarse”, Jesús se irrita contra el mal y contra la marginación de la que este hombre está siendo sujeto, sin piedad alguna. Y, viene el segundo verbo: Jesús “extiende la mano”, gesto típico de Dios mismo quien es el único que conociendo la realidad profunda de esta situación del lepra, puede inclinarse sobre el sufrimiento de este hombre. Pero, como dice la primera lectura de hoy de Lv 13,1-2.45-46 nadie debe y puede acercarse a él ni mucho menos tocarlo. Este leproso debió venir hacia Jesús gritándole y diciendo de sí mismo: “¡Impuro, impuro soy!”, como diciendo aléjense de mi, pero su actitud es acercarse a Jesús. Éste no lo rechaza, ha extendido su mano para tocarlo, violando todas las normas de pureza legal y echando sobre sí el mal del otro, casi compartiendo su destino y así rompiendo su aislamiento total. Es una solidaridad total la de Jesús. Su compasión no tiene límite tal como viene presentado en la narración, que concluye con ese poderoso “¡Si quiero, queda limpio!”. Y aparece el mandato “¡No se lo digas a nadie!”. ¿Por qué le dice esto? Sabemos que Marcos nos va llevando a una develación de quién es Jesús, él no quiere que se descubra a Jesús por sus actos milagrosos de curación, la verdadera identidad del nazareno está cuando llegue a la Cruz y hacia allá nos lleva toda la obra del evangelista. Hoy vuelve esta divina palabra a comprender la opción de Dios y de su Cristo por los últimos, a quienes este mundo los tiene ya por descartados. Hoy la nueva lepra tiene otros cuerpos comidos por el alcohol, la droga, la enfermedad, etc. Son los nuevos y muchos marginados a quien el Papa Francisco nos ha pedido ver en las periferias de nuestros pueblos y ciudades con los ojos de Jesús.