“Amarás a Dios… y Amarás a tu prójimo” XXX TO (Mt 22, 34-40)

“Amarás a Dios… y Amarás a tu prójimo” XXX TO (Mt 22, 34-40)



Mateo, sigue como el domingo pasado con el género literario de la controversia y el deseo de hacer caer a Jesús en alguna trampa, dice que un doctor de la Ley “…para ponerlo a prueba”. Hoy no se trata de sí es lícito pagar el tributo al César, sino ¿Cuál es el mandamiento más grande de la ley? Jesús está en un debate estrecho con los teólogos y con los representantes jerárquicos del judaísmo oficial de entonces (fariseos, saduceos, sacerdotes, doctores de la ley y escribas). Cinco veces se enciende la polémica y el diálogo se acalora hasta volverse incandescente con los durísimos siete “¡Ayes!” del cap. 23. Hoy leemos la tercera de esas cinco controversias. Las respuestas de Jesús están sacadas lógicamente de la mismo Escritura: “Amarás al Señor, tu Dios” (Dt 6,5) y “Amarás al prójimo como a ti mismo” (Lv 19,18). Para el jurista y sabio oriental, sabiendo que de la misma Biblia se habían sacado los 613 preceptos para agradar a Dios, era importante discutir la jerarquización de los mismos. La meta de ellos era definir la secuencia exacta, por importancia, de esos preceptos y la discusión se profundizaba en especulaciones cada vez más complejas y exasperadas. En la respuesta de Jesús resuena dos veces el verbo “agapán”, “amar”, cuyo sustantivo es “ágape”, “amor”, que es un término típicamente cristiano.
Pero Jesús no le apunta al legalismo de la ley, no apunta a los dos preceptos señalándolos como los únicos con los cuales hay que cumplir para estar en paz con Dios. Él quiere ofrecer la perspectiva de fondo para vivir toda Ley; no quiere imponer un contenido en particular, aunque noble, sino que sugiere una actitud general constante; indicando que todo gesto y toda respuesta humana y religiosa debe estar impregnada de Dios y de amor para ser válida. Con esta actitud de amor todos los mandamientos, hasta los más pequeños, son importantes porque son expresión de una amor permanente y total, tal y cómo lo quiere Dios mismo que es definido como “Amor”. El ser humano encuentra en el amor su unidad plena, porque comprende y experimenta que al amar está involucrando su “corazón”, es decir, su conciencia más intima y fuerte, tanto como el alma misma, todo él está tocado por esta fuerza interior y exterior que lo realiza hasta lo más íntimo de su ser.

“Amarás a Dios… y Amarás a tu prójimo” XXX TO (Mt 22, 34-40)

Domingo XXVIII del tiempo Ordinario
“¿Cómo has entrado aquí sin el traje de boda?” (Mt 22,1-14)



Encaminándonos al final del año litúrgico el carácter sapiencial y escatológico de los textos bíblico de la Eucaristía se hacen cada vez más evidentes. Este domingo Mateo nos cuenta esta maravillosa parábola de Jesús, teniendo como fondo un banquete de bodas solemne y definitivo. En realidad son dos parábolas unidas entre sí: la primera es la de los invitados al banquete y la segunda que es propia sólo de Mateo, que refiere al traje de fiesta, símbolo de la dignidad de una persona. En la primera parábola se presenta el marcado rechazo a la invitación. Los invitados de primer orden son estos que según el parecer del oferente no pueden faltar, pero éstos responden con indiferencia, con desprecio, se sienten molestos por el simple hecho de estar invitados, al punto que actúan con hostilidad y prepotencia. Claramente evidencia, como el mensaje que Jesús trae, es una invitación que ofrece el entrar a esa experiencia con Dios que bajo el símbolo de una cena-comida expresa amistad, diálogo e intimidad. Pero para el hombre superficial y egoísta le parece algo excesivo, para lo que no tiene tiempo ni interés. Pero, ¿Se suspenderá la cena por esas actitudes? ¡Claro que NO! La invitación no se apaga y se dirige a unos invitados inesperados que si aceptan entrar.
Luego viene el símbolo del vestido. Nadie iría al igual que hoy, a una fiesta con el vestido inapropiado. El vestido significa dignidad, buen gusto, limpieza, honrar al que invitó, darle importancia al evento, etc. Jesús evoca ese significado para subrayar que sin cambio de hábito, es decir, sin la conversión del corazón, de las costumbres pasadas, no se puede participar en el banquete que permitiría sentarse familiarmente en la presencia de Dios, para entablar comunión plena con Él. La parábola denuncia que aunque al principio todos estaban inapropiadamente vestidos, y que sólo al aceptar la invitación transformaron su andrajos en vestidos dignos de la fiesta, había uno que hizo caso omiso a lo que decía la invitación, como requisito para participar, el “vestido nuevo”, por lo que fue echado y expulsado del convite del rey. Cristo, Rey y Señor del universo cuya fiesta pronto vamos a celebrar, exige un vestido totalmente nuevo, no acepta poner un paño nuevo sobre el vestido viejo. El Reino de Jesús se revela pues, como algo plenamente inédito, algo que parte del mismo corazón del hombre.

“Amarás a Dios… y Amarás a tu prójimo” XXX TO (Mt 22, 34-40)

Viñadores que le paguen los frutos a su tiempo”. (Mt 21,33-43 – XXVII T. Ordinario)

Claramente el evangelio de hoy señala hablando de la viña, que ha sido Dios: “Tú que la has plantado con tu diestra” (Sal 80), y es que en toda la Biblia la simbología de la viña y la vid, tienen un gran significado por parte de a quién pertenece y paralelamente sobre aquellos que se benefician de ella. Para nosotros hoy su sentido nos lo da san Mateo, quien no se dirige hoy a la viña, sino a los viñadores, este simbolismo puramente humano, donde los que han trabajado hasta ahora han sido violentos y asesinos, dando un salto de esa situación deplorable a un futuro esperanzador y luminoso de otros que vendrán y “darán fruto”, significando para el evangelista, los que harán fructificar el don de Dios. El centro del tema es pues el rechazo del hombre de todos los tiempos a la salvación ofrecida por Dios en su Hijo. La parábola es una relectura sintética de la historia de la salvación. La historia narrada por Jesús señala a este momento su significado último: habrá un nuevo amanecer en el que se destacan “los otros viñadores que entregarán los frutos a su tiempo”. Este mensaje no deja de tener para nosotros una actualidad salvadora y de vigilancia, debemos de estar atentos para no propiciar la muerte de nuestras comunidades, por nuestra indiferencia, nuestro egoísmo o puramente por los propios intereses humanos. Nadie en verdad es indispensable, pero si la llamada viene de Dios, no deberíamos de dudar de su elección, porque a la larga con nosotros o sin nosotros Dios llevará a plenitud su proyecto. La invitación no deja de ser un evitar la miopía de aquellos que creen que con la violencia podrán hacer su labor y a diferencia de ellos optar por una disposición coherente y sincera con Dios, quien es en definitiva quien como dirá Pablo, es el que hace crecer. La salvación (la viña) y el Salvador (el Patrón) no dejará de estar a disposición de todos los que deseosos se empeñen en convertirla en un esplendor de belleza, porque Dios ha puesto su morada entre ellos. ¡No nos cansemos de trabajar por la viña, el lote de heredad que el Señor ha puesto en nuestras manos, que es algo de responsabilidad divina que el mismo Dios ha querido hacerlo así!

“Amarás a Dios… y Amarás a tu prójimo” XXX TO (Mt 22, 34-40)

“Si tu hermano comete una falta…” (Mt 18,15-20 – XXIII TO)



Al Evangelio de este domingo, la Iglesia le asocia el maravilloso texto del profeta Ezequiel en la primera lectura de hoy en el capítulo 33: “Hijo del hombre, te he constituido centinela para los israelitas; escucharás una palabra de mi boca y tú los advertirás de parte mía”. Con una curiosa comparación, Ezequiel acerca la misión del profeta a la de un centinela. Él debe divisar el horizonte de la historia señalando sus signos oscuros y ocultos, las huellas misteriosas de Dios, los amaneceres de la vida junto a sus atardeceres para comunicarlos a la ciudad que es la comunidad de Israel. Él tiene una gran responsabilidad que el mismo Dios le ha confiado. Esa misma responsabilidad del profeta, Jesús la aplica a la comunidad de los discípulos. En el capítulo 18 Mateo presenta el cuarto de los discursos del Maestro que constituyen casi las columnas de su evangelio. Discurso llamado la Regla de la comunidad o el Discurso Eclesial, porque en él se define el comportamiento y el gobierno de la Iglesia. Uno de esos temas es la corrección fraterna, que es en cierto sentido la misión del centinela que busca cuidar del peligro que los hermanos pueden correr. “Ser centinela” equivale a ejercer el arte de ayudar al bien vivir entre los hermanos, a actuar con humildad y amor genuino, a ponerse en el lugar del otro con sensibilidad humana e interior. En efecto, lo que se busca no es juzgar o condenar, sino el de salvar. Por eso es que la corrección fraterna es parte del proceso de maduración de una persona y por ende también de una comunidad. Con espíritu fraternal la corrección se hace a través del diálogo personal, seguido por la invitación a que otros también con prudencia y caridad se asocien en la tarea de ayudar al hermano que se ve está errado y no quiere enderezar el camino. En este sentido, el pasaje de Mateo de hoy no está en oposición a la regla de la corrección fraterna presente en Lucas: “Si un hermano tuyo peca, repréndelo; pero si se arrepiente, ¡perdónalo! Y si peca siete veces al día contra ti y siete veces te dice: Me arrepiento, tú lo perdonarás” (17,3). Así pues, el discurso de Mateo se propone para todos los tiempos y comunidades en un desarrollo educativo por medio del cual todos debemos crecer en corregirnos a nosotros mismos y buscar que también los otros puedan mejorar en su conducta para así alcanzar una vida eclesial más acorde a los sentimientos de Cristo que vive en ella.

“Amarás a Dios… y Amarás a tu prójimo” XXX TO (Mt 22, 34-40)

“Empezó Jesús a decir abiertamente que debía ir a Jerusalén…” (Mt 16,21-27 – XXII del T. Ordinario)



El seguimiento de Jesús se ve hoy puesto a prueba para aquellos sus primeros discípulos, que van con Él hacia Jerusalén. Ellos van acompañándolo seguramente esperanzados en un mesianismo popular triunfalista, por lo que Jesús les hace parar, detenerse, para encarar la realidad exigida para quien quiera seguirle. Él lo hace a través de tres frases, que podemos señalar como “escandalosas” o “duras”. Y es, queridos lectores que no se trata de un viaje normal de Jesús de Nazaret a su Ciudad Santa, el anuncio de esta decisión está fundado en los hechos que acontecerán para Él allí. Hay que ver en este ida a Jerusalén la novedad eclesial del proyecto definitivo de Jesús, por el que hará nuevas todas las cosas. Palabras que en el evangelio Pedro y seguramente el resto de los Doce no pueden comprender, porque se expresan con el lenguaje doloroso del término “cruz”. El texto griego asegura que es una decisión propia de Jesús, para cumplir la voluntad del Padre. Y, por eso señala que “será entregado”, enfrentándose así con un destino superior que deberá cumplirse. Y en ese “será entregado”, se perfila que lo matarán… (el destino teológico de esta entrega). Pero se asegura con profundidad que el panorama final es la resurrección al tercer día. Y ante esto, Satanás no está lejos en querer intervenir, y lo hace en la persona del discípulo que poco antes lo había constituido “piedra”. En vez de ser piedra para sostener a Jesús ante el escándalo de la cruz que se ve el horizonte, le sirve más bien de “piedra de tropiezo”: ese en efecto, el significado de la palabra griega scandalon, usada en el reclamo de Jesús a Pedro. La lectura eclesiológica que hace Mateo de este anuncio de la Pasión, refleja la fiel intención de mostrar al que quiera ser discípulo, que no hay otro camino más que el que Jesús ha tomado, el del despojo total, que al seguir la lectura nos hace ver como le llaman los especialistas las “palabras duras de Jesús”. Erasmo de Rotterdam célebre humanista holandés, que vivió entre 1469 y 1536, comentando este texto puso en boca de Jesús esta frase elocuente: “muchos me siguen más con los pies que con una verdadera imitación”. Seguir a Jesús es “perder”. Al escucharlo, modifica radicalmente el sentido. Perder para Jesús es una capacidad libre de romper con todas las ataduras del propio egoísmo de las cosas materiales, para “encontrase” verdaderamente; es la verdadera conquista humana, que lleva a la vida plena y lograda a la que apuntaban los filósofos. Efectivamente, el egoísmo más absoluto es prisión y muerte; la pesadilla del “salvar la propia vida” se transforma en una maldición.