“Mira aquí tienes lo que es tuyo…”
Este domingo nos hace de antesala del cierre del Año Litúrgico y de la celebración de Cristo Rey del Universo. En la parábola de hoy, nos imaginamos que la puerta del palacio se abre y aparece el señor-patrón de aquellos siervos que habían sido contratados. Su ausencia como se narra ha sido larga pero no era definitiva. El había dejado a sus siervos con talentos, es decir, con los medios para ser provechosos. El talento en los orígenes era una unidad de medida de los pesos destinados a determinar la entidad de las mercancías dentro del sistema económico del cambio. Se usaba sobre todo para los metales preciosos. Si se piensa que el salario diario de un obrero era más o menos de un denario, se puede comprender la importancia del encargo confiado por el señor de la parábola a sus empleados. La parábola entonces, desea desarrollar dos realidades: la primera el gozo que debería producir la gratuidad del amo, que se va pero no los deja sin nada a cada uno de ellos y, en segundo lugar, la laboriosidad y creatividad con que los siervos deberían hacer operativo el don recibido, en la ausencia de su señor.
El talento se da a todos inicialmente, enfatizando así que el propietario y la fuente de tanta generosidad es siempre un don de Dios. Y, por el otro lado, el premio o el castigo final, va mucho más allá de cuantos los distintos personajes lo hayan merecido con su empeño o con su inercia.
La parábola desea enfatizar que no se trata tanto de pensar si hemos o no desarrollado nuestros talentos, como a reflexionar si en este año litúrgico, por decir algo, hemos abierto de par en par las puertas del corazón, a la salvación ofrecida a todos nosotros por el Padre en Cristo. Este es en definitiva el gran “talento” que Dios ha puesto, como garantía de que no hay nadie a quien no se le haya convocado y ofrecido la semilla de la cimiente que debe florecer. En el día glorioso en que el Señor, vuelva entre las nubes del cielo, seguramente pedirá las cuentas de lo que su oferta de salvación caló y echó raíz en lo más profundo de todo nuestro ser, que nos haga por lo tanto merecedores de oír: “Bien, siervo bueno y fiel, has sido fiel en lo poco, te daré autoridad sobre el mucho; toma parte en la alegría de tu patrón”.